domingo, 27 de enero de 2008

Encontrando mi vocación

Ayer, Sábado 26 de Enero del 2008, confirmé mi vocación.
He decidido que definitivamente me especializaré en Ginecología y Obstetricia. Después, si es posible, Neonatología.
Nunca había visto partos ni cesáreas en persona, en vivo y a todo color. Solamente los que pasan en programas "censurados" en el Discovery & Health y canales de televisión por el estilo.
Ayer, tuve mi primer guardia en la Gineco 4. Comenzó a las 2 de la tarde y terminó a las 8 de la noche.
Al principio no había tanta actividad, puras mujeres esperando a q sus bebés decidieran salir. Lo único que podíamos hacer era platicar con ellas, tomar sus datos, hacerles la historia clínica y esperar. Hubo una paciente en especial con la que estuvimos más tiempo. Era una señora muy linda y como toda embarazada debería ser. Se preocupaba por estar informada de todo, absolutamente todo lo que le hacíamos, los medicamentos que le poníamos, las dosis, TODO. Permaneció bastante tranquila todo el tiempo, hacía sus ejercicios de respiración, contaba sus contracciones, platicaba con nosotros. Muy buena paciente. Nos dijo que no quería anestesia ni nada por el estilo y que quería tener a su bebé sentada. Después, entre bromas, se armó una quiniela para ver cuánto pesaría su nene.
Luego, tuvimos que dejarla porque tenía que estar tranquila, y aparte, tuve que bajar con mi compañera a ver 2 cesáreas.
La primera, mamá primeriza, un poco nerviosa pero cooperadora. Todo fue bastante rápido 40 minutos a lo mucho. Los Dres. hicieron su trabajo. Yo estaba muy emocionada porque era la primera vez que veía algo así. Ya que le habían aplicado el bloqueo, comenzó la cirugía. Corte, disección, 1, 2, 3 y sale niña! Pinzar y cortar cordón umbilical, sacar placenta mientras la pediatra atiende al bebé. Darle calor, secarlo, aspirarle su nariz y boquita, estimularlo a respirar y de repente... su llanto. Todo esto pasó súper rápido para mí. Y admiré cada paso de todo el procedimiento. Luego, ya que la madre estaba lista y la chiquita "empacada" en la colcha rosa, se acercaron para conocerse por primera vez. Eso fue algo difícil para mi, ya que la mamá comenzó a llorar a pesar de que ya sabía el diagnóstico de Síndrome de Down de su nena. En ese momento, me salí, fue un poco abrumador.
Minutos después, llegó otra paciente. Yo escuchaba comentarios entre las enfermeras y anestesiólogos y vi que todos se iban a la sala de operación. Me acerqué a ver cuál era el alboroto y vaya la sorpresa. La paciente era una señora de 145 kilos! Fue algo impresionante. Uno de mis compañeros ayudó en esa cesárea levantando todo el tejido "sobrante" para que la Dra. pudiera hacer bien su trabajo. El procedimiento fue igual que la primera, sólo que tardó bastante más. Era de esperarse por la cantidad de tejido que había que atravesar para llegar hasta el útero. Estuvo muy interesante esa cesárea, y nos dijeron que fuimos afortunados porque estos casos no son muy comunes. Bueno, uno q tiene suerte.
Ya eran las 8 de la noche. Nuestra guardia había finalizado. Dimos una última vuelta para ver si habían llegado nuevas pacientes y revisar el estado de las que ya estaban ahí desde la tarde. No acercamos a la cama de la paciente que comenté al principio, y para nuestra sorpresa, ya estaba empezando a parir! Obviamente no nos podíamos ir sin verla. La llevaron a la sala de parto, ella estaba un poco nerviosa, también era su primer embarazo. Pero siempre valiente y enterada de todo. Pidió tener a su bebé sentada, y convenció a los doctores, porque generalmente las acuestan. Sólo le aplicaron un poco de analgésicos y comenzó todo. Ya se veía la cabeza, y yo, bueno, qué les puedo decir, más emocionada que un niño con juguete nuevo. Realmente no encuentro la palabra para describir mi emoción en ese momento. La señora pujaba y pujaba con las contracciones y cada vez se veía un poco más de la cabecita. Entre pujidos, lo que casi me hizo llorar fue que ella comenzó a hablarle a su chiquito. Le decía -" Vamos, mi amor, tu puedes, ya te falta poco. Ayúdame."- En ese momento, juro que sentí un nudo en la garganta, en serio casi lloro, pero no de tristeza ni nada así, no sé, como de felicidad, de admiración... De repente en un gran pujido salió su niño. Le hicieron el protocolo de siempre, limpieza, calor, aspiración y lloró. La mamá no dejaba de verlo mientras la placenta salía y los doctores ayudaban. Hubo bastante sangre, la cuál llamó mi atención por unos minutos, hasta que de nuevo la señora se puso a hablar con su bebé -"Tranquilo, chiquito, ya lo llores. Todo va a estar bien."- Después de bastante dolor que sintió la señora cuando el Dr. le sacó la placenta con la mano, la enfermera le acercó a su hijo, le explicó todo lo que le hicieron e iban a hacer y los dejó un ratito juntos. El bebé estaba envuelto como tamalito en una cobija y raramente estaba muy tranquilo. Se miraron a los ojos, ella le dio un beso en su mini mejilla y luego, la enfermera se lo llevó. En ese momento, la mamá preguntó el peso de su nene. El Dr. le dijo que 2 kilos 500 gramos, y en eso, se emocionó mucho y dijo que ella había ganado la quiniela. En ese momento, todos nos reímos porque a esta señora no se le iba nada. Le dijeron que le invitarían un pastel o algo por el estilo y ella estaba muy muy contenta.
Como nuestro turno había terminado, y la mamá de uno de mis compañeros ya había llegado por nosotros, nos tuvimos que despedir e irnos, pero no sin felicitar a la paciente por su excelente trabajo y cooperación. Le dijimos que estábamos orgullosos de ella porque no se quejó mucho y fue muy valiente. Ella nos dio las gracias y nos despedimos.
A la salida, todos los padres y familiares estaban esperando. Mis compañeros y yo teníamos la curiosidad de saber quién era el esposo y pues preguntamos en voz alta. Se acercaron 3 personas, el esposo y los papás. Les dijimos que todo había salido muy bien, que había sido un niño sano y que eran muy afortunados de tener a alguien como la señora tan interesada e informada por todo lo que sucedía. Ellos estaban muy contentos y ansiosos por entrar a verla. Nos despedimos y nos fuimos del hospital. Cada uno de nosotros nos llevamos algo diferente. No platicamos mucho, estábamos cansados y queríamos llegar a nuestras casas lo más pronto posible. No sé si la expresión de mi cara lo demostraba, pero yo estaba que brillaba de felicidad. Confirmé mi vocación, lo que me dio mucho gusto. Y me sentí muy afortunada por presenciar esos momentos en donde llega la vida a este mundo y es tan frágil y pequeña, pero a la vez tan fuerte y llena de potencial.
Para mi, fue una experiencia maravillosa. Definitivamente de las mejores cosas que he presenciado en mis 23 años de vida y espero que ocasiones como estas se repitan durante el resto de mi vida.

1 comentario:

Anónimo dijo...

si tan solo los hospitales no fueran tan feos.....