Es chistoso como uno trata de engañarse por tanto tiempo. Intentamos convencernos de que todo esta bien, de que nada ha cambiado o de que algo perdido realmente no lo está o que puede recuperarse.
Vivimos en esa ilusión porque ahí nos sentimos cómodos.
Pero la realidad es otra.
Cuando te das cuenta de que ya no es lo mismo y de que nunca lo volverá a ser, se siente como un balde de agua helada sobre el cuerpo desnudo.
Con esto, sólo hay 2 caminos a seguir:
1. Aceptar esa realidad, por más cruda que sea, enfrentarla y seguir adelante o
2. Fingir que no te diste cuenta y seguir en ese mundo color de rosa que tanto te acomoda, o parece acomodarte.
Siempre he sido una de esas personas tontas (o al menos yo me considero tonta por ser así) que creen en el .1% de posibilidad, a pesar de que la experiencia me demuestre lo contrario. No sé por qué soy tan necia y terca y sigo con ese pensamiento, pero por más que intento cambiarlo no puedo. Sigo con la estúpida esperanza clavada en mi ser. Fingiendo que el .1% puede más que el 99.9% que está en mi contra.
Algunos me admiran por eso, pero la verdad, yo me doy risa y hasta cierto punto lástima.
A pesar de que son instantes de felicidad, paz y de que lo disfruto, siempre, al final del día, mi mundo color de rosa se torna algo gris porque me doy cuenta de que así como llegamos solos a esta vida, así nos iremos de ella.
Triste es como me siento al darme cuenta de que mi grito, mi latido y mis intentos por recuperar algo que algún día fue mio, y creí que sería mio hasta la eternidad, ya no son correspondidos; que el barco que arribaba a mi puerto se fue para nunca más regresar; que la paloma mensajera que mandé me ha dejado esperando. Me siento como naufrago mandando mensajes en botellas por el mar, las cuales se las lleva el oleaje, las estrella contra las piedras y nunca llegan a su destino, o si lo hacen, son ignorados y tirados a la basura.
Cuando te das cuenta que el último pétalo que arrancaste no era lo que tú esperabas... se siente una gran soledad.